Ya sé, ya sé, soy un desastre y llevo desde el año pasado para volver a pasarme por aquí. Pero lo bueno es que traigo un montón de carreras súperchulas que contaros. Empezaré por la última, aprovechando que las agujetas que todavía me quedan me permiten revivirlo más fácilmente.
Madrid fue un desastre que no había por donde cogerlo. No lo disfruté, sufrí desde muy pronto y me quedó la amarga sensación de que por mucho que lo hagas bien, sin saltarte un entreno, el maratón no va a ser justo contigo. Por eso empecé a preparar Barcelona con una mezcla de pesimismo y de última oportunidad, porque si no lo disfrutas, qué sentido tiene tanto esfuerzo durante tanto tiempo.
Todo apuntaba a un nuevo desastre. Aunque esta vez habíamos hecho más ejercicios de fuerza, sobre todo gracias a la bici, también nos habíamos saltado algún entreno, especialmente tiradas largas. La alimentación la habíamos descuidado un poquito, sobre todo por culpa de las navidades. El test a mi me había salido catastrófico (no pude hacer más de 20kms) y por si fuera poco, la regla se me retrasó dos semanas, lo justo para que me bajara el día de antes (y eso, en mi caso, sí que es una catástrofe). Pero también hicimos cosas bien, cuidamos mucho mejor la carga de hidratos previa, el masaje de descarga lo adaptamos a mis necesidades, llevábamos sales, y por fin descarté de una vez los geles.
Aún así, llevaba más miedo que vergüenza. Tanto, que a pesar de que quería ir sola, en cuanto Luis dijo que si yo quería, él me haría de liebre, ni me lo pensé. Me controlaría los primeros kms (no os hacéis una idea de lo mucho que me salvó la carrera), y luego recogería en el 28 lo que quedara de mí para llevarlo a meta. Primera gran diferencia con Madrid, para entonces, no tenía nervios, solo sentía que tenía que ponerme en la línea de salida y hacer lo que había entrenado con tanto mimo. ¡Y zas! ¡Batacazo.! En Barcelona, aparte de los nervios que me faltaron en Madrid y de los que todo el mundo habla antes de un maratón, tenía un canguelo encima que no era capaz de sacármelo.
Pero estaban Chus y Luis para cuidarnos. Nos recogieron en el aeropuerto (después de una mañana estresante de repartir tartas) y nos llevaron directos a la feria, aunque ya nos habían recogido los dorsales. Nos enseñaron los stands más interesantes y pudimos cumplir con el trámite en tiempo récord. ¡Yo creo que el que ganó la carrera no tuvo tantas facilidades! Después cena con algunos Drinking y pitando para el hotel.
[Spoiler:] No lloré al acabar el maratón [/Spoiler], pero sí lloré cuando al entrar en la habitación del hotel lo primero que tuvo que hacer Víctor fue matar un bicho. No quise ni preguntar la especie del animalito. Una habitación vieja y roñosa y lo verdaderamente terrible, encima de un bar con muchísimo jaleo en la calle a pesar de que estaba lloviendo. Y sí, me eché a llorar de la impotencia, el cansancio y las hormonas, no me duelen prendas decirlo. Preparar el altar me sirvió para calmarme, y nos metimos en la cama lo más pronto posible. Víctor durmió como un bebé, lo cual me quitó el sentimiento de culpabilidad que tenía, pero yo, que suelo ser soy un tronco, me desperté a mitad de la noche porque se me salieron los tapones y me costó horrores dormirme otra vez.
Por suerte cuando sonó el despertador a las 6 estábamos como sendas rosas, desayunando casi tranquilamente. Lo único bueno que tenía el antro donde dormimos es que estaba muy bien comunicado con la salida, y en 15 minutos estábamos con Chus y Luis en Plaza de España. Después de la foto de rigor con los Drinking y un buen rato de cola para los baños, nos despedimos de Chus y Víctor para irnos a nuestro querido último cajón dispuestos para la salida.
Pero como ya os he soltado una parrafada muy larga voy a hacer un Peter Jackson y os cuelgo el cartel de:
Continuará…
¡Tranquilos, que para una trilogía no nos da!